martes, 30 de septiembre de 2014

El puente

El viejo puente de piedra. Cada vez que lo cruzo me pregunto cuántos inviernos, cuántas pisadas, cuántos besos habrá conocido.

Hay gente que cree que es un símbolo de unión. Yo creo que no van muy desencaminados, pues éste en concreto une lo moderno con lo antiguo.

El coche con la mula y el carro.

La avenida ancha con la callejuela estrecha.

Las tradiciones con las nuevas costumbres.

Los edificios de ladrillo con las casas de piedra.

También puede ser un símbolo de resistencia, pues ha conocido tempestades, lluvias, vientos y hasta una guerra sin derrumbarse.

Y es amable, pues no impide a nadie franquearlo, y se toma la molestia de iluminarse por la noche para que nadie tropiece al cruzarlo, aunque posiblemente también sea porque es un poco presumido y quiere lucir guapo en cualquier ocasión. Pero guardémosle el secreto, ¿vale?.


sábado, 27 de septiembre de 2014

Línea 1

El muchacho miraba distraído el móvil, pero el sonido de la frenada del tren lo despertó.

Subió al tren, pero su mente estaba en otro lugar, fuera de aquel enorme cascarón blanco y verde que daba impresión de estar en el pasillo de un hospital.

En otros tiempos, la gente solía traer algún libro consigo para matar el tiempo en aquellos gusanos de metal, pero ahora sólo se dedica a teclear en sus móviles, y los libros en sí son una rareza pues se prefieren los e-book.

Arrancó aquella máquina, demasiado silenciosa para Roberto. Parada tras parada, la gente no se despega de las pantallas salvo los que han llegado a su parada. Él aún tendría que estar un buen rato más.

Llegó a la parada donde debía transbordar. La que conectaba con la vieja línea 1, la de los recuerdos infantiles de los que como Roberto sobrepasamos la veintena. Y la línea en la que más se notaba el intento de modernización.

Él recordaba haber entrado con su padre en el subterráneo provistos de billetes magnéticos, esos que se tragaba la canceladora y lo escupía para que los tornos se abrieran.


Pero lo que más echaba de menos era el traqueteo de las viejas maquinarias, las primeras que trajeron para aquel proyecto tan necesario en una gran ciudad. El alma y el latir de aquella red. Roberto lamentaba su desaparición y, como otros, se preguntaba el por qué de la desaparición de los trenes amarillos, si aún funcionaban de maravilla. La línea 1 era muy silenciosa sin ellas.


viernes, 26 de septiembre de 2014

920 metros

Echo de menos el frío correteando por mi rostro. No me quejo del tiempo fresco de hoy, pero siento que necesito frío del de verdad, del de estar a menos de diez grados con bufanda, guantes y gorro.

Echo de menos entrar en mi casa y que se me empañen las gafas, el caldo calentito y el puesto de churros.

El olor a calefacción.

Los tempranos anocheceres.

La gente bullendo las calles del centro, pues en esta ciudad nos hemos criado resistentes al frío.

Las caritas de felicidad de los niños al ver a algún Papá Noel.

Aunque he nacido en la costa, amo el frío de la que siento como mi ciudad. Luce más bella y acogedora.


miércoles, 24 de septiembre de 2014

La ciudad gris

La ciudad era de un color gris. Pero no sólo sus edificios. Su cielo, sus palomas, sus bancos... Todo parecía sacado de una película de Charlie Chaplin o de Segundo de Chomón. Era un lugar en el que siempre llovía.

Sus habitantes, antaño alegres, cambiaron para acomodarse a su hogar. Ahora sólo sabían ir de casa al trabajo y del trabajo a casa. Los niños iban al colegio sólo a memorizar las lecciones que un robótico profesor les daba.

Y los ancianos ya no salían al parque a jugar a la petanca o echar un guiñote en el bar con los amigos, si no que mataban los días esperando a la señora de la guadaña mientras veían la tele.

Los perros ya no ladraban ni los gatos callejeros buscaban comida entre los escombros, no vaya a ser que rompan la aséptica uniformidad de la ciudad haciendo enfadar al vecino que quiere dormir o reír a un niño con payasadas felinas.

Ni flores había en los balcones, ni colores en los letreros de los bares.

El bovino símbolo de la ciudad preside una plaza desierta y lúgubre como un cementerio de noche. Un cementerio de muertos en vida.


domingo, 14 de septiembre de 2014

Estrellas

Las busco por toda la ciudad, pero la luz de las farolas las eclipsa, así que es complicado verlas a no ser que salga de la civilización, cosa que esta noche no me apetece nada.

Menos mal que en mi rincón predilecto se ven, aunque se asoman tímidas. Cuando era pequeña, me pasaba viajes enteros admirándolas maravillada e imaginando los diseños que formaban, lo que hacía que me aburriera si el viaje era de día. No puedo evitar volver a repetir el ritual siempre que viajo por carretera, una especie de recuerdo de que, aunque crezcamos, todos tenemos un niño interior.

Vaya por donde vaya, me siento acompañada por ellas, y lamento no poder vislumbrar su belleza todas las noches desde mi balcón.

Me encantaría coger unas cuantas para encerrarlas en un bote y poder admirarlas toda la eternidad sin tener que salir al campo.

viernes, 12 de septiembre de 2014

De aquí

El cielo de la pequeña ciudad está encapotado, anunciando los primeros días del otoño, acompañados por un delicioso aire frío del que me protejo con una fina chaqueta negra.

Aunque nací en un lugar cálido, me he criado bajo este clima frío, y me he adaptado a él, disfrutando cada instante de su gelidez. No puedo evitar mirar al cielo con aprobación y una pequeña, casi imperceptible, sonrisa en la cara. Me siento como un pez en el agua.

Me gusta hacerme invisible entre la gente, mezclarme entre ellos. Aunque también disfruto observando desde la distancia, imaginando sus vidas. Supongo que ellos también imaginarán la mía.

A veces llamo la atención de algún grupo de muchachas, quizá por mi pelo y ropa masculina, o quizá simplemente por el hecho de tener una complexión física un poco más grande de lo común. Es lo que tiene vivir en una ciudad pequeña, lo raro llama la atención.


Que le den a la playa y al sol de mi ciudad natal, la gran ciudad. Yo me quedo aquí.