viernes, 31 de enero de 2014

La noche de los hombres de blanco

Corría por el río. Se había hecho tarde y la noche se me había echado encima. Todo por un estúpido antojo de ir a merendar al campo. Sola. Además, era extraño que mi madre no me hubiese llamado aún. Me costaba respirar. Me senté en un banco que vi no muy lejos, y cerré los ojos. Necesitaba un respiro. Miré el móvil. Las 20:40. Tenía veinte minutos para llegar a casa. No me importaba, vivía cerca.

De repente, oí un extraño y potente ruido. Abrí los ojos. Había una especie de lata de atún gigante y luminosa sobre mi cabeza. Aquel cacharro encendió una luz muy fuerte dirigida al suelo y adiviné la silueta de algo que parecía un hombre bajar flotando. Descendió justo enfrente mía y pude observarle.
Parecía un hombre normal y muy alto, salvo por el hecho de que sus ojos eran grises y su pelo, que le llegaba hasta la cintura, era blanco y peinado en rastas. Vestía traje, camisa, corbata y zapatos completamente blancos.

Empezó a hablarme en un idioma extraño, incomprensible. Yo le pedí que me hablara en castellano. Él, con reflejos increíbles, me dio un golpe, dejándome inconsciente.

Desperté atada a una camilla. Observé el ambiente. Debía de estar dentro de aquel... ¿ovni? “Genial, tantos humanos en el mundo y han tenido que cogerme a mí”, pensé. Noté que algo me incordiaba en la garganta. Me habían puesto un tubo traqueal. También tenía medidores cardíacos en el pecho. Aquello no me gustaba.
Se acercaron tres tipos. Tenían el mismo aspecto que el anterior. Uno empuñaba un bisturí, que me enseñanaba con una gran sonrisa. ¡Esto sí que ya no me gustaba! Intenté patalear, pero estaba atada a la camilla... Acercó el bisturí a mi tripa y me desmayé de la impresión.

Desperté un rato después. Estaba en mi cama. Había sido una pesadilla. Me levanté la camiseta. No habían marcas de bisturí ni de medidores cardíacos. Suspiré aliviada.


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