miércoles, 26 de noviembre de 2014

Pedro Navaja

Él paseaba por aquella oscura avenida, envuelto en un gabán blanco y cubierto con un sombrero del mismo color que remarcaba su piel morena de mexicano. Gustaba de ocultar sus ojos tras unas gafas de tipo aviador, quizá para que nadie pudiese averiguar lo que pensaba a través de sus ojos. No podía evitar ser precavido, aunque a veces rozaba la paranoia, pues tenía algún que otro enemigo en el mundillo de las drogas.

En la otra acera estaba Lupita, una mujer que vendía su cuerpo por unos cuantos pesos para poder comer. Esta vestía una minifalda negra y una camiseta de tirantes que ayudaban a mostrar un poco del "género fresco" que ofrecía. Esa noche estaba enfadada, pues no había conseguido clientes, así que se apoyó en un portal a beber de una petaca mientras acomodaba su revólver ("la profesión más antigua del mundo" tiene sus riesgos).

Aún siendo una gran avenida, Pedro la pudo observar desde su posición, pues eran los únicos peatones en aquellas horas de la madrugada. Lupita también lo observaba desde el portal y le sostuvo la mirada. En su mente llena de paranoias sobre enemigos, pensó que era alguna asesina disfrazada de prostituta y pagada por algún jefe de cártel.

Decidió cruzar la calle corriendo hacia la esquina más alejada de la mujer, para así planear su muerte. Cuando llegó, fue andando hacia ella, sonriendo a la señorita como si fuese un cliente de los que solían reclamar aquel tipo de servicios. Ella le miró con una sonrisa de alivio, pues al fin iba a ganar algún dinero para tener algo que echarse al estómago.

Pedro apretaba fuerte la navaja por la que era famoso dentro del bolsillo del gabán mientras mantenía aquella sonrisa, pero en cuanto tuvo a Lupita a un palmo su rostro varió a la mayor de las crueldades, la que le exigía su trabajo. Le clavó la navaja varias veces a la mujer en el costado sin darse cuenta de que ella, con sus últimas fuerzas y sin que él se diera cuenta pues estaba extasiado por el placer de cargarse a un supuesto enemigo, pudo sacar el revólver y disparar en defensa propia.

Pedro cayó de espaldas a la pared, con su blanco gabán empezando a ensangrentarse mientras Lupita, ya desangrada, cayó a sus pies no sin dirigirle una mirada de lástima para momentos después seguirle él cayendo encima.

A pesar del estruendo de la pistola, sólo se acercó un borracho cantando, que al ver los cuerpos, aprovechó para coger el dinero y la pistola.



jueves, 6 de noviembre de 2014

¿Cómo eran las estrellas?

Dennis caminaba bajo el cielo de su ciudad, o a lo que quedaba de él. Porque él apenas lo había conocido, ya que los rascacielos ya estaban cuando nació. A sus veintiséis años, apenas sabía lo que era una estrella, o la sensación de que el sol te dañara los ojos si lo mirabas directamente. No era apenas capaz de imaginar la esponjosidad de una nube, pues un velo de humo proveniente de las fábricas se encargaba de cubrirlo.

Todo el mundo decía que se vivía mejor, pues había coches que no necesitaban ruedas y trenes que no necesitaban raíles, lo cual evitaba que hiciesen ruido y fuesen más veloces.

Los niños se divertían con videojuegos holográficos de todo género, y desconocían lo que era ir corriendo tras una pelota, tropezarse y levantarse con raspones en las rodillas.

La raza humana había mutado de tal manera que apenas necesitaba oxígeno para vivir, es más, casi les mataba como a los peces.

La música no era creada por compositores, si no que la creaban máquinas. Era monótona y fría como un cubito de hielo.

La gente ya no bebía ni agua, ni zumos, ni cerveza, si no unos líquidos que intentaban imitarlos, y comían unas pastas cuyos envases anunciaban que eran distintas recetas del pasado.

Pero toda esta tecnología tiene sus contras. La gente ya no deseaba relacionarse entre sí.

Se perdió el apetito sexual y la natalidad se desplomó. Por lo tanto, el gobierno tuvo que tomar cartas en el asunto y crear un programa de fecundación in vitro en el que todo varón y mujer mayor de edad y en buen estado de salud estaba obligado a participar bajo pena de cárcel.

Porque cuando las máquinas insensibilizan al ser humano, ni las prostitutas robóticas pueden solucionar el problema del sexo.

Dennis ni siquiera sabía lo que era tocar a una mujer, hacerla vibrar de placer. Él mismo ignoraba saber lo que era recibirlo. Nació dentro del programa de fecundación, y su madre lo rechazó al nacer, como solían hacer todas. Hasta el concepto de familia se había olvidado.

El nombre se lo puso una enfermera del centro, ya experta en esos trances.

Ahora es adulto, trabaja, colabora en el programa de reproducción...

Paró en un puesto de comida, y pidió una pasta de sucedáneo de kebab con patatas. Se sentía realmente hambriento, pues justamente hoy le había tocado realizarse un análisis de sangre para comprobar si seguía siendo idóneo para aportar semen.

Miró al cielo, y volvió a formular la pregunta que se hacía todas las noches.

"¿Cómo eran las estrellas?"


martes, 28 de octubre de 2014

La estrella de rubís (Homenaje a Vladimir Komarov)

Prácticamente no querías ni mirar aquel corcel de los cielos, que el gran poder de tu país te había obligado a cabalgar.

Las pruebas y revisiones anteriores indicaban que aquella cabalgadura de metal iba a ser tu ataúd. Pero te sentías con el deber ante tu país y tu mejor amigo, pues si no eras tú iba a ser él el sepultado.

Avanzaste hacia el cohete con paso firme, sin dejar ver tu temor, sin oír a tu amigo reclamar un traje espacial a gritos para sustituirte, pues él también se negaba a aceptar tu destino. Lloró amargamente cuando vio que la nave volaba. No te pudo dedicar ni un simple "adiós".

Los anunciados problemas comenzaron en cuanto llegaste al firmamento. La nave te traicionó negándote la energía que necesitaba para funcionar bien, amén de otros problemas que casi te hicieron perder la cabeza junto a las órdenes contradictorias que te daban por radio.

Cuando te ordenaron regresar a tu tierra, ocurrió lo peor. El calor había estropeado los paracaídas, lo que hizo que cayeras en picado y sin control hacia la mano de la Parca. Te convertiste involuntariamente en una estrella fugaz, y lo último que habitó en tu boca fue una gran maldición dirigida a los que te habían empujado a aquel sarcófago interestelar.


lunes, 27 de octubre de 2014

La hora mágica

El ocaso hace que el cielo de la pequeña ciudad cambie de tono, en un hermoso espectáculo de luz y color. Unos días es de un hermoso azul oscuro y otros parece que tengamos el mismísimo Infierno sobre nuestras cabezas. Y las nubes se encargan de dar una nota de relieve al celestial cuadro. Ni Goya lo hubiese pintado mejor.

Es una maravilla ver cómo las primeras farolas se encienden tímidamente cuando aún no es noche cerrada. Como a nosotros, les cuesta despertarse. Se desperezan para luego, todas juntas, crear un maravilloso juego de luces que embellecen la ciudad y juegan con las sombras de la gente que pasa por las calles.

Es la hora perfecta para salir a pasear.




viernes, 17 de octubre de 2014

El pecado de Ruth

Ahora recuerdas cómo has acabado ahí, sentada en la celda de las condenadas a muerte en Holloway, acompañada por una botella de brandy, tu último desayuno, mientras crees oír voces a las afueras que claman porque no mueras.

<<Celos. Eso era lo único que había en tu mente cuando fuiste al Magdala a hablar con aquel hombre con el que habías tenido dos años de noches de pasión y alcohol. No se os podía llamar "pareja" pues vuestra idea de fidelidad era algo extraña.>>

Das un sorbo a la botella.

<<Habías llegado a su casa a la vez que su coche arrancaba hacia la taberna, y decidiste seguirlo. Aquello no te gustaba nada. Llegaste al pub para comprobar que tus sospechas eran ciertas: Él estaba allí. No querías montar ningún escándalo dentro del Magdala, así que esperaste un buen rato.>>

No te das cuenta, pero el verdugo te observa desde un ojo de buey y anota tus medidas.

<<Valió la pena. Lo viste salir con un amigo del lugar, y mientras él buscaba las llaves del coche, sacaste el revólver del bolso. Lo tenías todo muy bien preparado.>>

Andas un rato para que no se te duerman las piernas.

<<El primer y el segundo tiro se perdieron en la oscuridad de la noche. Los tres siguientes dieron de lleno en tu víctima, y tú quedaste en shock, intentando disparar la bala que te quedaba, que también fue engullida por la oscuridad. Luego sentiste al agente de policía mientras te detenía. Te sentías francamente mareada.>>


Entra el verdugo, un hombre regordete, trajeado y repeinado. Te pide que te des la vuelta y te esposa, para que luego le sigas.

Al traspasar la puerta, te quedas alucinada mirando aquella horca. Un artilugio tan sencillo... creado para la muerte, y por suerte vives en la patria de William Marwood, padre de las tablas de peso que hacen que vayas a morir instantáneamente. Te pones en la trampilla.

El verdugo, un auténtico caballero inglés, te ata la falda con un cinturón para evitarle vergüenza a tu muerte. Te cubre delicadamente la cara con el capuchón, y te coloca el nudo de la horca bajo la mandíbula izquierda.

Sin tú verlo, el ayudante del verdugo empuja la palanca...


miércoles, 15 de octubre de 2014

Jehanette

La condenada era conducida al patíbulo en una carreta. Iba con la cabeza gacha, posiblemente rezando, o quizá avergonzada. Curiosamente, había sido acusada de herejía al afirmar haber escuchado a un Dios en el que creían sus verdugos. Llevaba una túnica blanca y el cabello cortado, rastro de otro de sus "pecados", vestir de hombre en una época en la que la mujer debía ir con falda y corpiño.

Durante el trayecto, el pueblo se arrodillaba para reverenciar a aquella muchacha.

La procesión arribó a la plaza del pequeño pueblo francés, donde habían montado una pira. La chica levantó una mirada acusadora a las autoridades de la tribuna, que sonreían ante la visión del futuro espectáculo. 

La bajaron de la carreta y la condujeron a la pira para atarla, y ella solicitó que mientras se ejecutaba la sentencia alguien mantuviera un crucifijo ante sus ojos. Uno de los frailes fue presto a cumplir aquella última voluntad y volvió con el singular encargo.

La leña ardió, La doncella miró con temor aquellas lenguas de fuego y fijó la vista en aquel crucifijo, proclamando el nombre de la que ella creía su salvador mientras las llamas la engullían con hambre. Cuando liberó su postrer grito agónico, a los pueblerinos les pareció ver una paloma alzando el vuelo hacia el cielo, alegre como si fuera a volver a su nido tras un largo vuelo.



lunes, 6 de octubre de 2014

El reino de los locos

Aquel manicomio abandonado había fascinado a Martín desde pequeño. De todos los edificios abandonados de la pequeña ciudad, quizá fuera ése el que tenía más encanto para él.

Había planeado varias veces entrar en él, pero por unas cosas u otras no había podido. Era como si ese lugar se negara a ser visitado.

Pero aquella noche sí que iba a entrar en él. Pensó en llamar a su primo Simón, pues nunca está de mas ir acompañado por si hay alguna emergencia.

Llegó la noche, y ambos primos habían quedado bajo el Viaducto Nuevo, para asaltar el manicomio por su parte trasera, la más derruida. No pudieron evitar mirar con respeto aquella edificación. Era natural, se decía que había fantasmas.

Escalaron el muro graffiteado y comenzaron a andar con cuidado de no quedarse enganchados en las hierbas. Hallaron una ventana cuyos cristales estaban rotos por la que pudieron pasar al interior del asilo.

Encendieron las linternas que llevaban. Iban bien pertrechados, hasta con mantas por si se perdían y debían pasar la noche dentro. Comenzaron a andar por aquellos desconchados pasillos.

Se maravillaban con aquellas camas de hierro, pero se aterraban ante cualquier sombra sospechosa, aunque fuera causada por los desconchones de las paredes. Todo superaba las fantasías infantiles de ambos. 

Llegaron a lo que parecía ser la antigua cocina del manicomio, o al menos sólo llegó Martín, pues al girarse descubrió que Simón no estaba con él. Aquello era muy extraño.

Deshizo el camino que había andado, hasta que pasó por una de las habitaciones.

Aquella habitación hubiese pasado desapercibida, de no ser porque había un bulto sobre una de las camas, cubierto con una sábana. Con precaución, Martín acercó la mano a la sábana para descubrir el objeto de su curiosidad.

La curiosidad mató al gato. Martín cayó de culo en el suelo, y su linterna se rompió en la caída. El bulto era Simón, o lo que quedaba de él, pues su cadáver estaba atado a la cama por unas esposas que antiguamente se usaban para sujetar a los locos. Su primo le miraba con una sonrisa realizada a cuchillo sobre su cara, y algunas partes de su cuerpo tenían profundas heridas.

Cayó un trueno que iluminó aquel cuarto, y pudo ver una figura. Un hombre con un cuchillo. Tenía el pelo algo largo y desordenado, y vestía unos pantalones blancos y una camisa de fuerza abierta. Tenía un extraño brillo.

De repente, aparecieron otros dos hombres, de rasgos y pelo distinto y vistiendo camisetas blancas, como si fueran celadores de aquel manicomio. Saltaron sobre Martín y lograron reducirle.

El hombre de las vestiduras de loco se acercó a Martín, y le acarició el cuello con la punta del cuchillo.

-Somos los habitantes de este lugar. Somos los despreciados por nuestra locura. Somos aquellos cuyas familias arrojaron aquí por no acomodarnos a la sociedad. Nuestras almas están hartas de que chiquillos como vosotros vengan a molestar nuestro eterno vagar por estos pasillos. Hemos convertido a tu amiguito en una señal para los incautos que quieran profanar nuestro reino de los locos.

Se acercó a la oreja del muchacho.

-No podemos dejarte escapar, contarías todo esto. No, vas a ser otra señal para esos imbéciles sin respeto por nuestra memoria.

Le clavó el cuchillo en el lado izquierdo del abdomen, y tiró para que el corte llegara a la derecha. Los celadores soltaron a Martín y éste cayó al suelo desangrándose ante la sonrisa psicópata de aquel espíritu.



sábado, 4 de octubre de 2014

Evana

De ti sólo quedan las sillas de hierro subidas a las mesas, y el recuerdo de los que pasaron tardes enteras sentados en ellas, disfrutando de una hamburguesa o un café.

Porque el frío turolense y la falta de móviles en los años 90 hacían de ti un lugar perfecto para charlar.

Has visto abrazos, declaraciones y celebraciones, y quizá alguna comida en solitario.

Ahora sólo eres un oscuro y escondido local en el centro de Teruel, y nadie salvo los que te han conocido o han oído hablar de ti saben que existes, esperando a que alguien se decida a volver a encender tus luces.


martes, 30 de septiembre de 2014

El puente

El viejo puente de piedra. Cada vez que lo cruzo me pregunto cuántos inviernos, cuántas pisadas, cuántos besos habrá conocido.

Hay gente que cree que es un símbolo de unión. Yo creo que no van muy desencaminados, pues éste en concreto une lo moderno con lo antiguo.

El coche con la mula y el carro.

La avenida ancha con la callejuela estrecha.

Las tradiciones con las nuevas costumbres.

Los edificios de ladrillo con las casas de piedra.

También puede ser un símbolo de resistencia, pues ha conocido tempestades, lluvias, vientos y hasta una guerra sin derrumbarse.

Y es amable, pues no impide a nadie franquearlo, y se toma la molestia de iluminarse por la noche para que nadie tropiece al cruzarlo, aunque posiblemente también sea porque es un poco presumido y quiere lucir guapo en cualquier ocasión. Pero guardémosle el secreto, ¿vale?.


sábado, 27 de septiembre de 2014

Línea 1

El muchacho miraba distraído el móvil, pero el sonido de la frenada del tren lo despertó.

Subió al tren, pero su mente estaba en otro lugar, fuera de aquel enorme cascarón blanco y verde que daba impresión de estar en el pasillo de un hospital.

En otros tiempos, la gente solía traer algún libro consigo para matar el tiempo en aquellos gusanos de metal, pero ahora sólo se dedica a teclear en sus móviles, y los libros en sí son una rareza pues se prefieren los e-book.

Arrancó aquella máquina, demasiado silenciosa para Roberto. Parada tras parada, la gente no se despega de las pantallas salvo los que han llegado a su parada. Él aún tendría que estar un buen rato más.

Llegó a la parada donde debía transbordar. La que conectaba con la vieja línea 1, la de los recuerdos infantiles de los que como Roberto sobrepasamos la veintena. Y la línea en la que más se notaba el intento de modernización.

Él recordaba haber entrado con su padre en el subterráneo provistos de billetes magnéticos, esos que se tragaba la canceladora y lo escupía para que los tornos se abrieran.


Pero lo que más echaba de menos era el traqueteo de las viejas maquinarias, las primeras que trajeron para aquel proyecto tan necesario en una gran ciudad. El alma y el latir de aquella red. Roberto lamentaba su desaparición y, como otros, se preguntaba el por qué de la desaparición de los trenes amarillos, si aún funcionaban de maravilla. La línea 1 era muy silenciosa sin ellas.


viernes, 26 de septiembre de 2014

920 metros

Echo de menos el frío correteando por mi rostro. No me quejo del tiempo fresco de hoy, pero siento que necesito frío del de verdad, del de estar a menos de diez grados con bufanda, guantes y gorro.

Echo de menos entrar en mi casa y que se me empañen las gafas, el caldo calentito y el puesto de churros.

El olor a calefacción.

Los tempranos anocheceres.

La gente bullendo las calles del centro, pues en esta ciudad nos hemos criado resistentes al frío.

Las caritas de felicidad de los niños al ver a algún Papá Noel.

Aunque he nacido en la costa, amo el frío de la que siento como mi ciudad. Luce más bella y acogedora.


miércoles, 24 de septiembre de 2014

La ciudad gris

La ciudad era de un color gris. Pero no sólo sus edificios. Su cielo, sus palomas, sus bancos... Todo parecía sacado de una película de Charlie Chaplin o de Segundo de Chomón. Era un lugar en el que siempre llovía.

Sus habitantes, antaño alegres, cambiaron para acomodarse a su hogar. Ahora sólo sabían ir de casa al trabajo y del trabajo a casa. Los niños iban al colegio sólo a memorizar las lecciones que un robótico profesor les daba.

Y los ancianos ya no salían al parque a jugar a la petanca o echar un guiñote en el bar con los amigos, si no que mataban los días esperando a la señora de la guadaña mientras veían la tele.

Los perros ya no ladraban ni los gatos callejeros buscaban comida entre los escombros, no vaya a ser que rompan la aséptica uniformidad de la ciudad haciendo enfadar al vecino que quiere dormir o reír a un niño con payasadas felinas.

Ni flores había en los balcones, ni colores en los letreros de los bares.

El bovino símbolo de la ciudad preside una plaza desierta y lúgubre como un cementerio de noche. Un cementerio de muertos en vida.


domingo, 14 de septiembre de 2014

Estrellas

Las busco por toda la ciudad, pero la luz de las farolas las eclipsa, así que es complicado verlas a no ser que salga de la civilización, cosa que esta noche no me apetece nada.

Menos mal que en mi rincón predilecto se ven, aunque se asoman tímidas. Cuando era pequeña, me pasaba viajes enteros admirándolas maravillada e imaginando los diseños que formaban, lo que hacía que me aburriera si el viaje era de día. No puedo evitar volver a repetir el ritual siempre que viajo por carretera, una especie de recuerdo de que, aunque crezcamos, todos tenemos un niño interior.

Vaya por donde vaya, me siento acompañada por ellas, y lamento no poder vislumbrar su belleza todas las noches desde mi balcón.

Me encantaría coger unas cuantas para encerrarlas en un bote y poder admirarlas toda la eternidad sin tener que salir al campo.

viernes, 12 de septiembre de 2014

De aquí

El cielo de la pequeña ciudad está encapotado, anunciando los primeros días del otoño, acompañados por un delicioso aire frío del que me protejo con una fina chaqueta negra.

Aunque nací en un lugar cálido, me he criado bajo este clima frío, y me he adaptado a él, disfrutando cada instante de su gelidez. No puedo evitar mirar al cielo con aprobación y una pequeña, casi imperceptible, sonrisa en la cara. Me siento como un pez en el agua.

Me gusta hacerme invisible entre la gente, mezclarme entre ellos. Aunque también disfruto observando desde la distancia, imaginando sus vidas. Supongo que ellos también imaginarán la mía.

A veces llamo la atención de algún grupo de muchachas, quizá por mi pelo y ropa masculina, o quizá simplemente por el hecho de tener una complexión física un poco más grande de lo común. Es lo que tiene vivir en una ciudad pequeña, lo raro llama la atención.


Que le den a la playa y al sol de mi ciudad natal, la gran ciudad. Yo me quedo aquí.

domingo, 9 de marzo de 2014

El rebaño asesino

En esta sociedad, se nos enseña a ser ovejitas blancas, para que el pastor y sus perros puedan manejarnos a su antojo sin temor a rebeliones. Se podría decir que nos comen la cabeza desde bien críos para "castrarnos" de toda ideología propia y sólo saber emitir balidos.
El pastor teme a la oveja negra porque teme que llame la atención de las ovejas blancas y perder su control, pero éste es listo y ha educado a sus acólitas (más bien, lavado el cerebro) para que, sin pensar, ignoren, insulten y agredan a la pobre oveja negra aún sin haber hecho ella nada malo.
Y si las ovejas blancas no pueden derrumbar la voluntad de la que creen su enemiga, los perros intentarán anularla de maneras más dolorosas.
En este punto, la oveja negra tiene tres opciones:
-Teñirse y ser oveja blanca, lo que acarrearía un trastorno de identidad al intentar ser lo que no se es.
-Aguantar todos los palos sin ceder, pero todos sabemos que las heridas hacen cicatriz, y las psicológicas duelen más.
-El suicidio. Aparte de ser la más irreparable de las soluciones, saca a la luz la hipocresía del rebaño con su "Era una persona tan buena...". Entonces, si era tan buena persona, ¿Por qué le hacías todo ese daño?
De hipocresía quería hablar. Este rebaño (perdón, sociedad) está llena de doble moral. Se ve feo que un grupo de mujeres proteste con los senos al aire, mientras que en más de una parada de bus se ven mujeres-objetos, a veces prácticamente desnudas, vendiendo productos como perfumes o cosméticos.
También se ve muy claro en el caso de las prendas de vestir. Una prenda puede ser rechazada y la persona que la porte mofada, hasta que a cualquier revista de moda le da la gana decir que eso está de moda y, hala, todos los que odiaban aquello ahora lo desean con toda su alma. 
En cuestiones de ligue, más de lo mismo. Parece que si no tienes el aspecto de un dios griego, automáticamente pierdes el derecho a llevarte a alguien a la cama, cuando hay casos en los que hombres musculosos no tienen nada de "aguante" y chicas de buena "delantera" que resultan ser silicona y un kilo de maquillaje.
Claro, dicen que la mentalidad pone, pero a la hora de la verdad lo que cuenta es el físico.
En los institutos españoles tenemos un gran problema, el acoso escolar. El que se cree el amo elige a una víctima para acosarla y así lograr que se sienta mal por ser diferente. Muchos padres sólo saben decir "Si te pegan, se la devuelves", pero muchas veces el acosador no actúa solo y los profesores se lavan las manos pues no quieren meterse en el problema aunque agredan al alumno delante suya. ¿No te recuerda a las ovejas del principio?.
Espero que estos ejemplos y otros que encuentres en las calles te ayuden a pensar.


viernes, 31 de enero de 2014

La noche de los hombres de blanco

Corría por el río. Se había hecho tarde y la noche se me había echado encima. Todo por un estúpido antojo de ir a merendar al campo. Sola. Además, era extraño que mi madre no me hubiese llamado aún. Me costaba respirar. Me senté en un banco que vi no muy lejos, y cerré los ojos. Necesitaba un respiro. Miré el móvil. Las 20:40. Tenía veinte minutos para llegar a casa. No me importaba, vivía cerca.

De repente, oí un extraño y potente ruido. Abrí los ojos. Había una especie de lata de atún gigante y luminosa sobre mi cabeza. Aquel cacharro encendió una luz muy fuerte dirigida al suelo y adiviné la silueta de algo que parecía un hombre bajar flotando. Descendió justo enfrente mía y pude observarle.
Parecía un hombre normal y muy alto, salvo por el hecho de que sus ojos eran grises y su pelo, que le llegaba hasta la cintura, era blanco y peinado en rastas. Vestía traje, camisa, corbata y zapatos completamente blancos.

Empezó a hablarme en un idioma extraño, incomprensible. Yo le pedí que me hablara en castellano. Él, con reflejos increíbles, me dio un golpe, dejándome inconsciente.

Desperté atada a una camilla. Observé el ambiente. Debía de estar dentro de aquel... ¿ovni? “Genial, tantos humanos en el mundo y han tenido que cogerme a mí”, pensé. Noté que algo me incordiaba en la garganta. Me habían puesto un tubo traqueal. También tenía medidores cardíacos en el pecho. Aquello no me gustaba.
Se acercaron tres tipos. Tenían el mismo aspecto que el anterior. Uno empuñaba un bisturí, que me enseñanaba con una gran sonrisa. ¡Esto sí que ya no me gustaba! Intenté patalear, pero estaba atada a la camilla... Acercó el bisturí a mi tripa y me desmayé de la impresión.

Desperté un rato después. Estaba en mi cama. Había sido una pesadilla. Me levanté la camiseta. No habían marcas de bisturí ni de medidores cardíacos. Suspiré aliviada.


miércoles, 29 de enero de 2014

Brindis

Por aquella chica que era una "monja" por no llevar escote.
Por aquel chico que era un "friki" por jugar videojuegos que no fuesen el FIFA.
Por aquella chica que era una "bollera" por no tener pareja conocida.
Por aquel chico que era un "cuatro ojos" por necesitar gafas debido a sus cuatro dioptrías.
Por aquella chica que era una "marimacho" por gustarle la ropa de chico.
Por aquel chico que era una "bola de sebo" por tener unos kilos de más.
Por aquella chica que era una "antisocial" por no salir de botellón.
Por aquel chico que era "maricón" por no tratar a las mujeres como objetos.
Por aquella chica que era una "sosa" por no hacerse la simpática con gente que no le gusta.
Por aquel chico que era un "empollón" por gustarle las mates.
Por aquella chica que era una "rara" por no seguir las modas.
Por aquel chico que era un "anticuado" por preferir la música de antes.
Por aquella chica que estaba "loca" por no ser un borrego de la sociedad.